Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100060
Legislatura: 1882-1883
Sesión: 1 de febrero de 1883
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 33, 565-568
Tema: Resumiendo el debate del proyecto de juramento de los Sres. Senadores al tomar posesión de su cargo.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Tengo en realidad poco que decir, Sres. Senadores, en vista del curso que ha llevado este debate, y que los Sres. Senadores que en él han tomado parte lo han hecho con una moderación, con una prudencia, con un comedimiento dignos de todo encomio. A pesar de que al mismo tiempo que yo he sentido esta satisfacción, como la habrán sentido todos los Sres. Senadores, que cuestiones de esta gravedad y de esta importancia, que tanto pueden afectar a los intereses respetables del país, se traten con la moderación con que aquí se han tratado, tengo al mismo tiempo un sentimiento, y es, el sentimiento de ver que estas cuestiones, que en mi opinión deben estar fuera de toda esfera política, toman siempre un tinte político que no conviene a la mejor solución. Pero así y todo, hay que encomiar la moderación y la prudencia con que se ha tratado esta cuestión por unos y otros Sres. Senadores, lo mismo por los señores de la izquierda que por los señores de la derecha, que por los que pudiera llamar en este momento los Sres. Senadores del centro.

Yo realmente tengo poco que decir en nombre del Gobierno, porque la mayor parte de los argumentos que a la fórmula que se propone se han aducido, lo mismo por los que han combatido el dictamen que por los que lo han defendido, los argumentos de los Senadores de la derecha han sido contestados por los Senadores de la izquierda, y los argumentos de los Senadores de la izquierda han sido contestados por los [565] Senadores de la derecha. Lo que tengo que decir es, que unos y otros Senadores se han olvidado de la parte principal del dictamen, porque los Sres. Senadores de la derecha han hablado y han aducido argumentos como si en efecto desapareciese el juramento, y se han lastimado de las consecuencias que eso podía traer para el porvenir, del olvido de la religión, de la preterición de las cosas más sagradas y más respetables, como si en efecto el juramento desapareciera en el dictamen, cuando el juramento queda en el dictamen como estaba en el anterior; y al mismo tiempo los señores Senadores de la izquierda han hablado contra el juramento, contra la violación de la conciencia, contra la presión que a la conciencia se lleva, como si en efecto no existiera más que el juramento y no hubiera la disyuntiva de la promesa y la libertad de conciencia, para que jure el que quiera y deje de jurar aquel que lo crea conveniente.

El resultado es que todos aquellos argumentos que bajo el punto de vista religioso han aducido los señores Senadores de la derecha, han sido contestados, quizá con exageración, pero perfectamente contestados, por los Senadores de la izquierda, y todos los argumentos que los Sres. Senadores de la izquierda han hecho contra el juramento, han sido contestados perfectamente por los Sres. Senadores de la derecha. El Gobierno, pues, encuentra facilísima la tarea que tiene que desempeñar, porque ni para contestar a la cuestión de la supresión del juramento, que como tal la han tratado los señores de la derecha, tiene nada que decir, puesto que lo han dicho todo y muy bien, mejor que pudiera hacerlo yo, ni nada tiene que añadir a los argumentos de los señores de la izquierda contestando a las intransigencias que suponen en los Sres. Senadores de la derecha.

Quédame, sin embargo, algo que hacer, porque se ha acusado al Gobierno, y sobre todo a mí, de cierta veleidad y contradicción en este asunto, y en honor a la verdad, no están en lo justo los que de contradicción nos han acusado, porque así que se abrieron estas Cortes apareció la cuestión del juramento, no sólo en la otra Cámara, sino también en ésta, y yo, en nombre del Gobierno, dije que no existiendo el juramento, no arrancando de la Constitución del Estado, ni siendo un precepto legal, sino una cuestión que está en el Reglamento de las Cortes, realmente la iniciativa y la resolución a las Cortes correspondía en primer lugar. Y tal era la diversidad de opiniones en la cuestión del juramento, y de tal manera se presentaba difícil su solución, no sólo por los diferentes partidos que hay en una y otra Cámara, sino hasta por los individuos de cada partido, que yo no tuve inconveniente en dejar libre la cuestión, en la seguridad de que esto era un aplazamiento, que era todo lo que el Gobierno debía hacer, aplazar esta cuestión, pero no de una manera indefinida, no; aplazarla hasta que entrando yo también unos y otros la reflexión, considerasen esta altísima cuestión bajo el punto de vista que debe considerarse, que es fuera de los partidos, que es independientemente de la política, y no hacerla cuestión de partido, porque esta es una cuestión que tiene algo de constitucional, que forma parte de la Constitución, que tiene en todas partes y ha tenido en todos tiempos un carácter de permanencia, de estabilidad, de constancia, que no se puede quitar de un país sin exponerse a que pueda ser juzgado este país en que se varía tanto en la cuestión de juramento, unas veces restableciéndolo, otras quitándolo, otras variándolo, sin que pueda ser juzgado como el país menos formal y menos serio de todos los países de la tierra.

Yo esperé, pues, a que los partidos se pusieran de acuerdo sobre cuestión tan importante, porque nada tiene que ver que unos sean más liberales y otros menos liberales, para que haya una fórmula que dé solemnidad a los actos que más pueden afectar a los intereses del país. Pues bien; yo estuve esperando y daba largas a la cuestión, hasta que he visto que podía haber una transacción honrosa para todos, para todos absolutamente; y cuando he visto eso, me he apresurado a proponer esta transacción.

¿Es que ha sido el partido conservador el primero que ha venido con gran patriotismo a la transacción? No; ha sido el partido avanzado, el partido radical, el partido que se llama izquierda dinástica, que no sólo aceptó esa transacción, sino que me la vino a proponer por los jefes de ese partido, hasta el punto de proponer más o menos la misma fórmula que hoy se está discutiendo. Yo la acepté desde luego; pero por escrúpulos de un personaje importante, escrúpulos muy respetables y que yo soy el primero en respetar, no se quiso esa fórmula y se sustituyó con otra que yo acepto también, porque es tan monárquica, tan sincera bajo el punto de vista del compromiso de adhesión y respeto a las instituciones del Estado, que yo no tengo inconveniente en aceptarla, y que es la fórmula de Italia sin más modificación que, en lugar de ?juráis ?, decir ?juráis o prometéis ?; pero después de todo, la fórmula italiana, en la cual se jura acatamiento, respeto, obediencia, fidelidad a las mismas cosas y a las mismas instituciones a que se refiere la fórmula del Reglamento del Senado.

Cuando vi que de la izquierda venían con patriotismo a aceptar esta fórmula, y cuando vi las buenas disposiciones del partido conservador, y para ello no tuve más que leer el preámbulo de su dictamen, del dictamen en que se negaba, y hacía bien bajo su punto de vista, a la fórmula radical de la supresión del juramento, entonces dije: esta es la ocasión, porque aquí vamos a estar unidos derecha, izquierda y centro en una solución común, pues corresponde a todos aquellos intereses que son comunes a todos los partidos, porque son comunes a las instituciones fundamentales del país. Dije, pues: esta es la ocasión; y aprovechándome de una proposición del Sr. Corradi, me adelanté a hacer esta oferta a los conservadores: no tenía por qué hacerla a los señores de la izquierda, porque ellos me lo habían propuesto por medio de los labios autorizados de sus jefes; me bastaba con hacerla a los conservadores. En cuanto vi aceptada la transacción, dije: hemos triunfado; pero, ¿quién ha triunfado? ¿El Gobierno? No; hemos triunfado todos: el Gobierno, como todos los partidos, hemos venido a una fórmula común, y ojalá que, como en esta, en otras cuestiones importantes pudiéramos lograr el mismo resultado. Con esto contesto a mi distinguido y de antiguo querido amigo particular Sr. Moyano, manifestándole que ni mi habilidad ni mi talento son tan grandes que hayan servido para atraerme al partido conservador: no; por muy grandes que fueran patriótica, si no fuera, si no fuera conveniente para las instituciones y para el país esta transacción. Por muy grande que hubiera sido mi talento o por extraordinaria que fuera mi habilidad, los señores conservadores no hubiera venido a mi lado; ¡qué [566] digo venir! no han venido, nos hemos encontrado, lo mismo con ellos que con los de la izquierda.

Pero en la práctica, no me atribuyo la gloria ni el triunfo: se han puesto de acuerdo con nosotros en esa transacción, como nosotros nos hemos puesto de acuerdo con ellos al aceptar como legalidad común la Constitución de 1876, que ni yo ni la mayor parte de mis amigos contribuimos a hacer; es decir, sí contribuimos a hacerla, pero no a que triunfara, porque en realidad se ha hecho a pesar de nuestra oposición. Pero lo mismo aquella transacción que esta, significan el patriótico deseo de que las instituciones fundamentales se arraiguen; significa el propósito de que llegue al fin y al cabo este desdichado país a una normalidad que permita el desarrollo de la prosperidad naciente que va manifestándose en mayor grado cada día. No puedo, pues, admitir, aunque lo agradezca, la idea que el Sr. Moyano tiene de mi talento y de mi habilidad; no quiero que a mi talento o mi habilidad se atribuyan resultados que son única y exclusivamente debidos al patriotismo de todos.

El Sr. González Encinas, a quien felicito desde aquí con todo mi corazón, porque si me felicito siempre de los triunfos de aquellos que inauguran su carrera parlamentaria con talento y brillantez, mucho más me he de felicitar cuando los que tienen esa fortuna son tan amigos queridos como lo es mío el señor González Encinas; le felicito, pues, por la inauguración que ha hecho de sus dotes parlamentarias, y me atrevo a aconsejarle que no deje esa nueva carrera, en la cual, por lo visto, puede alcanzar tantos triunfos como en la profesional que ejerce, que son muy grandes, pues ha llegado a adquirir una celebridad entre sus conciudadanos debida a su trabajo y a su inteligencia.

Pues bien; lo mismo el Sr. González Encinas que el Sr. Merelo, que el Sr. Ortiz de Pinedo, que todos los que del lado de la izquierda han tomado parte en este debate, suponen que el juramento y la promesa, que todo lo que sea compromiso de acatar y respetar las instituciones es en realidad un ataque a la soberanía de la Nación, y que esto pudiera dar lugar al renacimiento de la doctrina que divide a los partidos en legales e ilegales, en lo cual veía el Sr. González Encinas, como el Sr. Merelo, como el Sr. La Orden, como el Sr. Ortiz de Pinedo, una especie de contradicción de parte del Gobierno, que había destruido esa teoría, y que en realidad luego por los hechos y por sus procedimientos venía involuntariamente a resucitar una cosa que había muerto. Eso puede ser bajo el punto de vista con que ellos consideran la soberanía nacional, pero que no es el punto de vista bajo el cual la miran hoy todos los liberales del globo; punto de vista por el cual ni los liberales inglesas creen que se menoscaba en nada la soberanía nacional con las promesas que allí se hacen, ni lo creen los liberales italianos, ni los republicanos de los Estados Unidos, donde me parece que nadie puede poner en duda que esté en ejercicio la soberanía nacional.

El Sr. González Encinas cree atacada la soberanía nacional por la costumbre del juramento o la promesa, porque decía: a mí me han votado los electores sabiendo lo que era; por consiguiente, si me obligáis a jurar una cosa contraria a mis opiniones, claro es que tengo que marcharme o faltar a mis compromisos.

Pues no hay nada de eso. En primer lugar, habría que discutir si los electores que han votado a S. S., como los que han votado al Sr. La Orden, lo han hecho precisamente por las ideas que profesan, y no por las cualidades eminentes que en otro sentido hayan desplegado, por las circunstancias favorables que concurran, por ejemplo, en el Sr. González Encinas, sabiendo que es una persona que ha sabido elevarse a un puesto eminente en la sociedad y en el país por medio de su estudio y de su trabajo. Y así ha sucedido que la Sociedad Económica que ha elegido a S. S. Senador, lo hizo porque se creía honrada estando representada para determinados fines por una persona que presta en otras esferas, aparte de la política, servicios tan eminentes como los presta el Sr. González Encinas. Como sucede al Sr. La Orden, que me permitirá que yo crea que los electores de Soria le han elegido a S. S., más que por sus ideas republicanas, porque sus convecinos y amigos quieren tener y desean tener un representante en el Senado, el cual se haga eco de sus aspiraciones locales y de sus necesidades, no políticas, sino locales; que más que de necesidad de aspiraciones políticas, necesitan los pobres habitantes de aquella desgraciada provincia la satisfacción de sus necesidades materiales. Pues por eso, sin duda, le han votado a su señoría los electores, y por eso es por lo que ha venido aquí, y no por otra cosa. (El Sr. La Orden: Pido la palabra.)

Pero, en fin, si es que yo quiero suponer, quiero admitir que lo mismo los electores del Sr. González Encinas, que los del Sr. La Orden, que los del Sr. Ortiz de Pinedo, los han elegido por ser republicanos. Pues aún así y todo, SS. SS. pueden prestar el juramento o la promesa con la frente levantada, no sólo sin faltar a lo que de ellos exige la soberanía nacional, sino prestando acatamiento a esta misma soberanía. Porque ¿qué es la soberanía nacional? ¿Cuáles son las manifestaciones de la soberanía nacional? ¿Qué extensión hay que dar a estas manifestaciones? La soberanía nacional no tiene más que dos clases de manifestaciones: la una intermitente, irregular y confusa; la otra regular, constante, uniforme, continua.

Desaparecen de un país los Poderes públicos (no nos metamos por qué, ni cuándo, ni cómo), desaparecen los Poderes públicos, se encuentra huérfano de autoridad, y entonces este pueblo, en las plazas públicas, en las calles, en los clubes, manifiesta sus aspiraciones; y cuando luego el movimiento va adquiriendo unidad, una Junta central, un Gobierno provisional ejerce en nombre del pueblo la soberanía. Pero para una constitución definitiva, para una determinación concreta y perfecta, convoca aquel Gobierno al país y le llama para unir aquellas diversas aspiraciones que confusamente se han manifestado por todas partes y se han levantado en todos los ámbitos del país, y se reúnen Cortes Constituyentes, dueñas de los destinos del país, y aquellas Cortes Constituyentes acuerdan cómo se ha de gobernar el país en lo sucesivo, y lo determinan; y desde aquel instante aparece organizado el Estado como forma de la soberanía nacional, y de esa manera termina el ejercicio irregular y anómalo de la soberanía nacional y aparece el estado de la soberanía nacional que tiene una forma constante, regular y continua: la soberanía de las Cortes con el Rey.

Pues bien; si dentro de esta soberanía, de la manera más explícita y más grandemente manifestada, acuden los Sres. La Orden y Encinas al cuerpo electoral, éste les elige y vienen aquí, ¿qué es lo que ha- [567] cen al prestar el juramento o la promesa? Pues lo único que hacen es ofrecer respeto, obediencia y fidelidad a los Poderes públicos que la soberanía nacional tiene creados, que la soberanía nacional los mantiene y sanciona. Eso es lo que tienen que hacer y deben hacer, cualesquiera que sean sus opiniones políticas respecto a las formas de gobierno, sin renegar por eso de sus ideas para el porvenir. (Aplausos.)

Vean los Sres. Senadores que, lejos de ser un ataque a la soberanía nacional, el juramento no es más que el acatamiento al resultado, al producto y a las consecuencias de la soberanía nacional. Vean, pues, bien, sobre todo los señores de la izquierda, cómo pueden prestar juramento, cómo pueden hacer la promesa sin que en manera alguna se menoscaben sus ideales políticos, ni mucho menos su consecuencia ni su dignidad; y vean también cómo no se menoscaba la dignidad de aquellos Senadores y Diputados que en otras partes y en otros países en que esto se verifica, donde todos hacen el mismo juramento o la misma promesa, a pesar de no tener ideas para el porvenir en armonía con las instituciones que en aquellos países rigen.

Mientras estos Poderes públicos sean mantenidos y sancionados por la soberanía nacional, no hay menoscabo en la dignidad de nadie por prestar juramento o por prestar fidelidad a los Poderes públicos. Este es el respeto y la consideración que se debe guardar a la soberanía nacional, que creen esos señores de la izquierda base de sus principios, de su sistema y de sus procedimientos.

¿Tenéis inconveniente en acatar los resultados de la soberanía nacional? No. Pues este es el resultado de la soberanía nacional.

Los Poderes públicos que existen en nuestro país son producto de la soberanía nacional; ella los ha proclamado y ella los sanciona y los mantiene.

Resulta, pues, destruida, señores, la idea de los partidos legales e ilegales; y aun cuando no resultara de esta teoría que yo he expuesto tan brevemente como me ha sido posible, que no hay nada aquí que pueda resucitar los partidos legales e ilegales; aun cuando no resultara esto, siempre sería el argumento o las consecuencias que del argumento se saquen, serían exageradas, porque en último resultado, el que sea Senador y no pueda entrar en el Senado por no querer prestar el juramento, eso no se considera ilegal; lo único que sucede es que queda fuera del Senado, pero queda convertido en un ciudadano tan respetable como todos los demás.

Por consiguiente, no hay el temor de que aparezcan otra vez los partidos legales e ilegales; pero los señores de la izquierda, más tolerantes, más transigentes con la Comisión que los señores de la derecha, que no quieren transigir en nada, ya transigen y dicen: aceptamos la fórmula; estamos dispuestos a aceptarla; y aún apelaban a la galantería de la Comisión y decían: ya que la Comisión ha tenido la galantería de aceptar la enmienda del Sr. Herreros de Tejada, si fuera tan galante con nosotros que aceptara esta otra enmienda, todo se acabaría, todo quedaría arreglado; nosotros satisfechos y todos contentos. Esta fórmula es la siguiente, propuesta primero por el señor Merelo e indicada después por el Sr. Ortiz de Pinedo, que dice así:

?¿Por qué en vez de esta enmienda, que según el Sr. Conde de Torreánaz deja subsistente la dificultad, y yo creo que la agrava, no había de admitir la Comisión una fórmula parecida a esta: ?¿Prometéis por vuestro honor respetar la Constitución y la Monarquía española? ¿Prometéis haberos bien y fielmente en el cargo de Senador, mirando en un todo por el bien de la Nación? ? Y si se quiere sustituir la palabra prometéis por la de juráis, tampoco habría inconveniente, con tal que no se jurara sobre los Santos Evangelios. ?

De esta manera no sé quién podría rehusarla. Ya los Sres. Senadores de la izquierda se baten en retirada, y nos hacen una concesión, y no es floja, porque en realidad esta es la misma fórmula que la del Reglamento, sin más que una preterición; preterición que un Senado y un Congreso, y unos Cuerpos Colegisladores monárquicos, no pueden de manera ninguna aceptar, ni siquiera discutir.

Es una preterición además inútil, porque yo le digo al Sr. Merelo que si se tratara de una fórmula nueva, si no existiera ninguna, si no viniera de antiguo, no tendríamos inconveniente en aceptarla. Estas son nimiedades que no comprendo. Cuando se hace una declaración, hay que hacerla explícitamente, sin reserva de ninguna especie. Pues si el Sr. Merelo y sus amigos prometen y aún están dispuestos a jurar obediencia y respeto a la Constitución, y en esta Constitución se contiene aquello que se quiere preterir, ¿para qué entonces la preterición? Si determinada y concretamente se prometen obediencia y fidelidad a diversas cosas en la forma, ¿no comprende el Sr. Merelo que quitarlo hoy sería hacer un desaire a eso que se quiere preterir? ¿Podemos hacerlo nosotros, puede hacerlo el Senado? Si la cuestión estuviera intacta, no tendría inconveniente en aceptar la fórmula de S. S., porque al jurar la Constitución jura todo lo que en ella está contenido; pero si ahora se hiciera esa preterición, se inferiría un desaire que estaría mal, haciendo preterición de cosas que en la fórmula se juran de una manera terminante y concreta.

La lealtad y el honor exigen del partido liberal esta declaración. Por lo demás, afectados todos los que estamos aquí por la desgracia que acaba de ocurrir a uno de nuestros compañeros, voy a concluir. Hemos encontrado una transacción honrosa para todos, que no mortifica a nadie: ni a los que quieren la fórmula religiosa, porque se deja íntegra, ni a los que quieren que no se violente la conciencia, porque no se violenta. Habiendo encontrado esta fórmula de transacción honrosa para todos, en la que todos estamos conformes, y que no presenta los inconvenientes que cualquier otra fórmula, ya que hemos tenido esta suerte, no la desaprovechemos. Además, esto existe en todas partes; en todas partes se jura, afirma o promete. Pues si esto se hace en todas partes, si en todas partes tienen esta fórmula y con ella viven bien, ¿por qué hemos de hacer nosotros cosa diferente? Ya que hemos encontrado esta fórmula de transacción, pido a los Sres. Senadores que voten el dictamen de la Comisión, con lo cual prestaremos un gran servicio a los partidos, que dejarán de ocuparse de esta cuestión del juramento, que no es bueno hurgar todos los días; prestaremos un servicio a los partidos, al país y a las instituciones. He dicho. [568]



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